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Como necesidad humana básica, el sentido de identidad, es decir, poder responder a
la pregunta: ¿quién soy yo?, debe fundamentarse en una sana percepción de sí mismo.
Sin embargo, como seres sociales estamos infl uidos por una serie de mitos y estereotipos que pueden “enturbiarla”. Ante esta pregunta, muchas personas podrían responder basadas en sus atributos físicos, en su educación, en su carrera profesional, en sus
logros, en su origen étnico, en sus convicciones sociopolíticas, pero estos factores son
meras capas externas, simples adornos y “cosméticos” con los que “se engalana” el
exterior (Mc Dowell, 2000), pero nuestra identidad es algo más que esto. Creer que
“la apariencia lo es todo”, que “eres lo que haces” o considerar que “si no tienes poder,
no eres nadie” son los peores engaños que podrían socavar tu sana autoestima.
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