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El entorno en el que se desarrollan las actividades empresariales es dinámico, complejo y globalizado. Las empresas de diferentes regiones se enfrentan a las exigentes y crecientes demandas de mercado, al acelerado cambio tecnológico, a la crisis económica y sanitaria provocadas por la guerra y pandemia mundial (Valdez-Juárez & Castillo-Vergara, 2021). Debido a este escenario de intensa competencia las empresas, sean grandes o pequeñas, que desean permanecer en el mercado se han visto obligadas a transformar sus procesos productivos y estrategias de negocio para ser más innovadoras, eficientes y flexibles en la búsqueda por mantener o aumentar su nivel de competitividad (Hurley, 2018).
La competitividad ha sido estudiada desde un enfoque de país (macroeconómico), región (sector o industria) y empresarial (micro) (Guadalupe et al., 2016; Hurley, 2018). La competitividad en el ámbito empresarial se refiere a la capacidad que tienen éstas de lograr procesos productivos y de servicios eficientes, con precios justos y garantizando calidad en productos y servicios de tal manera que puedan atender los requisitos del cliente final mejor que la competencia (Issau et al., 2022); (Lizeth Carrasco Vega et al., 2021).
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