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El sistema dominante presente en la sociedad se encuentra regido por
un orden político, social y cultural llamado heteronormatividad, el cual
designa la heterosexualidad como la única forma de sexualidad natural,
apoyado en el binarismo sexo-género. El sexo es asignado al nacer de
acuerdo con las características biológicas de los órganos sexuales externos
de una persona y a partir de esa designación, se asignan una serie de roles
culturales y sociales que corresponden al género. Dando como resultado
las categorías dicotómicas: hombre y mujer cis, dentro de un principio de
cisnormatividad, en las cuales se corresponde el pene con lo masculino
y la vulva con lo femenino. A partir de esa asociación de conceptos es
que las personas debemos de responder ante este sistema con una
serie de comportamientos que son permitidos para un género u otro,
es decir, debe existir una correspondencia entre el cuerpo, el género y la
identidad, sin que se reconozcan otras interacciones posibles, más allá de
la genitalidad. En contra parte, existimos personas que nos sublevamos
frente a los mandatos heterocisnormativos, de manera que construimos
nuestra relación con el cuerpo, el género y la identidad desde lo trans*.
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