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Reflexiona sobre el poder, como una parte inherente a todos, manifestada en el acto cotidiano y común de la elección. No interesa hablar del poder desde la literatura, de cómo es visto y expresado en las páginas de los libros, sino del poder sobre la literatura, de cómo el hecho literario y sus diversos actores son sometidos a estructuras y códigos de apreciación, de cómo esta realidad es definida y redefinida más allá de sí misma, una vez el texto ha abandonado la mente del autor y ha quedado libre a merced de los lectores. Se habla de la crítica como centro de poder, de los procesos de canonización y marginalización de la crítica literaria costarricense en los últimos diez años, que lleva a cabo y de cómo ésta se relaciona con el lector. Analiza esta relación entre crítico y lector porque el ejercicio crítico, al igual que la literatura, en su esencia más básica, es un acto comunicativo donde todos los componentes son igual de esenciales, por tanto, en los procesos inherentes al ejercicio crítico, el lector de un texto literario es tan importante como el académico que pretende decirle por qué debe (o no) leer dicho texto. Se propone hablar de cómo el lector es una parte fundamental en este sistema de por sí complejo. Como conclusiones se obtienen, que el papel de la crítica como agente del campo de poder intelectual no ha cambiado a pesar del devenir histórico. Además que no es sólo la existencia del campo de poder del lector, sino la necesidad de su estudio y comprensión como parte del siguiente paso en la evolución de la crítica para superar la desconexión harto mencionada. Esto debe conllevar, necesariamente, a un replanteamiento de los modelos actuales de producción y consumo de la literatura y al desarrollo de una actividad crítica dialógica y consciente del porvenir de estos nuevos estudios literarios
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